Avellaneda siempre estuvo lejos. Pero para llegar a Avellaneda, había
que pasar por una autopista grande y ancha, que después terminaba en donde
ahora están las ventanas del noticiero de canal trece. Si miraba por la
ventanilla derecha, en el punto más alto de la subida de la 25 de Mayo, allí estaban siempre “las dos iglesias”
majestuosas e imperiales.
Pero la fascinación por
aquel edificio empezaba y terminaba en el momento que lo vislumbraba desde el
auto de mis papás. El interés residía en llegar a Avellaneda, a la casa de mi
prima para poder jugar. Todo lo demás quedaba relegado al paisaje, al camino,
al viaje.
Muchos han sido los
lugares que como “las dos Iglesias”, me han llamado la atención a lo largo de
mi vida, por su inmensidad, por su estructura antigua o por su belleza. Pero
los lugares no son más que paisaje si no hasta que las vueltas de la vida
llevan a encontrarse con estos nuevamente y cobran así una doble significación:
por un lado son los recuerdos de tiempos pasados y por otro lado son el ahora.
Es el instante preciso del hoy articulado con la memoria.
En el año 2011 comencé la etapa universitaria
en Constitución, lugar donde se había instalado la sede nueva de la Facultad de
Ciencias Sociales de la UBA. Para llegar, recorría un largo camino en subte
desde la estación Congreso de Tucumán del Subte D hasta la estación Independencia
del Subte C. Independencia: allí estaba la clave. Junto con el comienzo de esta
nueva etapa en la Universidad, mis días cobraban una independencia que nunca
antes había sido tan necesaria para poder lograr los objetivos. Constitución
quedaba lejos y no podría llegar de otra forma que no sea viajando sola durante
más de una hora, y el viaje no era para nada sencillo ni libre de peligros. En
la Estación Independencia, los medios de comunicación me habían contado durante
años que allí esperaban los más terribles crímenes de toda la ciudad de Buenos Aires debido a la
inseguridad y la pobreza. “Tiroteo y muerte
en Constitución”; “Constitución:
asalto violento”;” Secuestro de
droga en Constitución”.
Al bajar del subte, atravesé la 9 de Julio
por los túneles subterráneos, caminando con un montón de estudiantes que se
dirigían a las distintas universidades que hay en la zona. Ya estaba en la
calle Lima cuando subí la mirada y ví que estaban allí: las dos iglesias, signo
de lo que para mí era “estar muy lejos de casa y solo estar ahí por necesidad
de llegar a otro lado”.
Pero
yo no tenía que llegar a ningún otro lado. Lo que buscaba estaba allí, en esa
Constitución tan lejana, en el Barrio donde estaban las dos Iglesias.
En este Barrio aprendí sobre teorías y sobre
valores, aprendí que “las
dos iglesias” en verdad eran un edificio de estructura neogótica llamado Iglesia del Inmaculado Corazón de María. Ubicada
el extremo norte de la Plaza Constitución, inaugurado en 1923, se caracterizaba
por poseer dos torres altísimas coronadas por dos cruces de hierro.
Viajar fue la
Constitución de mi independencia mediante la decisión de ir a estudiar al lugar
lejano, para encontrar allí lo que estaba buscando: lo que me interesaba, lo
que me apasionaba, la carrera universitaria que quería seguir, a través de la
cuál quería constituirme como persona y como profesional. Conocí la ciudad,
conocí gente, conocí Constitución y la historia real de las dos iglesias.
Así
volví a encontrarme con aquello que en el camino había sido quizás una señal.
No importa lo que digan que en verdad
las dos iglesias son, porque en todo esto ya hay una parte de mi historia y de
mi presente, que la decido yo. Como también decido llamarlas dos iglesias. Como
decido venir porque no me importa qué tanto se pueda decir de Constitución,
porque voy a seguir viniendo igual: acá está lo que me enseña a formarme en lo
que siempre quise ser: acá esta mi Constitución.

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